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Los Poemas con Excusa llegan a su consigna número 10, con un entusiasmo sin duda digno de mejores causas. Y entonces, haciendo del defecto virtud y sumándole un toque snob al oportunismo, se suben a la obvia ola temática actual para hablar de lo que todos hablan... sin nombarlo.
Empezamos, entonces, esta entrega dedicada a los poemas paralípticos versificados con sendos sonetos en alejandrinos de Alejo Steimberg y Raúl Lozano Palazón, que justifican la omisión ostentosa de maneras diferentes. En el soneto de Steimberg, la elipsis nominal es explicada con provocación teatral a través de la estética ("todo menos el virus de escribir aburrido"). El de Lozano Palazón, por su lado, recurre a un solipsismo cósmico-literario. En ambos casos, el exceso funge de excusa para poner con entusiasmo el foco en lo formal, ya sea a través de la obsesión por la rima abstrusa (Steimberg), ya resaltando aliteraciones, homofonías y espacios rítmicos (Lozano Palazón).
Pero basta de palabras, al menos en prosa: ahora los versos, que para eso vino. Poemas con Excusa: la manera más vintage perder el tiempo (de nada, qué les vamos a cobrar...).
***
Paralíptico obcecado (Alejo Steimberg)
Los versos que yo deje serán como una elipsis
pasando bajo cuerda las razones del caos
que nada dejó indemne, de Pekín a Manaos.
No usaré la palabra que termina con -ipsis.
No voy a detenerme en caídas ni eclipsis,
finales decadentes, porvenires sombríos,
discursos plañideros de otros, tuyos o míos:
que me acuse quien quiera de burda paralipsis.
Los versos que yo deje no contendrán lamento
ni escena escatológica (no importa en qué sentido).
No avergonzarán ojo, no dormirán oído.
No crearán catedrales de verbo macilento.
No aceptaré jamás vomitar sentimiento:
todo menos el virus de escribir aburrido.
Paralíptico negador (Raúl Lozano Palazón)
A poca libertad, las mentes más aladas
y el aire del ingenio levantan su calor.
A poca livia cara, los cuentos del salón
se vuelven populares en bocas contagiadas.
A poca libre estancia, humano corazón
se encama libertario, trinchera de su almohada.
A poca liviandad es el peso más atroz
del aire que marchitan los velos de las plagas.
Soy el alfa y la omega, el principio y el fin.
Apóstata y profeta, el agua y la centella.
El que es y el que era, y el que ha de venir.
Murieron los cadáveres, las muertes y las penas.
Cayeron en los mares las lúgubres estrellas.
Apócope y elipsis, y el mundo sigue aquí.
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