viernes, 5 de diciembre de 2014

Eduardo Espina: el poema como discurso sin fin


Eduardo Espina (Montevideo, Uruguay, 1954). En Estados Unidos desde 1980. Vive en College Station.
Uno puede, por ejemplo, empezar a leer Eduardo Espina por lo más nuevo, una serie de poemas a la muerte de sus padres (y cómo no pensar en Jorge Manrique; ¿se seguirá leyendo a Jorge Manrique en la escuela? Se debería, aunque más no sea para mostrar cómo aún en su época la idea de que todo tiempo pasado fue mejor ya era vieja).

Uno hace eso, entonces, y lo primero que ve en esa serie de poemas, desde el primero, es su forma. Los versos están cortados como por una guillotina de escritorio, la cesura siguiendo un patrón casi recto. ¿Capricho? Todo lo contrario: un tal corte está diciendo "esto es un poema".
"Lo que yo quiera es un poema, y este discurso que sería otra cosa por ejemplo en medio de una novela en primera persona es un poema porque así lo determina el toque mágico de la forma interpretada como verso, y el poder performativo de decir que tal texto es un poema". La cesura como corte de lo que si no fluye sin parar, que está y que no está: que no está porque interpretarlo como pausa rompe el fluir de esas palabras que llaman a leerlas de un tirón, que está porque es un cartel que dice "poema".

Y leo otros poemas, y veo que el que más me gusta es el primero que leí (uno de los más nuevos disponibles). Y pienso que es un elogio. Raro, pero un elogio: decirle a un escritor que lo más te gusta es lo último que hizo es infinitamente mejor que lo contrario.

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