viernes, 12 de septiembre de 2008

Con The Dark Knight (la película) como disparador


Comencemos por una verdad de perogrullo: el mundo de los superhéroes es un mundo distinto del nuestro. OK. Pero su singularidad no radica pura y únicamente en unas leyes naturales que difieren de las nuestras (y que permiten, por ejemplo, la existencia de la magia, entre otras cosas imposibles en nuestro mundo). No. El mundo de los superhéroes difiere además del nuestro en ciertos aspectos de la psicología de sus habitantes, que incorporan como cosa normal y cotidiana la existencia de personas en uniforme, con o sin poderes: justamente, los superhéroes y supervillanos. Esta particularidad psicológica del universo superheroico es la manifestación de otro rasgo idiosincrásico, si se quiere más sutil, que es una extrapolación de un aspecto capital de la cultura norteamericana (la cultura madre del género superheroico): la enorme importancia que se le reconoce a la singularidad del individuo. Los superhéroes, con sus uniformes y sus signos identificatorios, son cada uno una institución de un solo hombre. Y así como los uniformes y placas de la policía pretenden simbolizar la autoridad con la que el Estado inviste a sus portadores, los trajes e insignias de los superhéroes son el símbolo de la individualidad triunfante; lo que los habitantes reconocen en el superhéroe, al aceptarlo como tal, es una superioridad producto de su carácter singular. Todos somos únicos, pero los superhéroes más. Su individualidad hiperdesarrollada pone a los superhéroes de igual a igual con respecto a las instituciones de los simples mortales, que se apoyan en ellos cuando la situación los supera; la batiseñal es un ejemplo cristalino. Y si la singularidad superheroica viene en muchos casos de sus poderes, no es siempre así: también puede tratarse de una superioridad tecnológica, intelectual, deportiva o... financiera. El superhéroe, sin los límites del mundo real, es un culto a la singularidad del individuo en todas y cada una de sus formas posibles.

El surgimiento del superhéroe obliga, entre otras cosas por necesidades narrativas, a la aparición de su contraparte, su némesis: el supervillano. Y es interesante cómo se construye esta oposición complementaria en la película de Nolan (construción que hereda mucha de la historieta de Frank Miller de la que el filme toma el nombre -que no el hilo argumental-). Batman se asigna la misión de restaurar el orden (o, aunque más no sea, un orden) en una ciudad dominada por el crimen. El Joker, por su lado, no quiere construir nada: es caos puro, destrucción de lo existente sin buscar reemplazarlo por nada, paladín de la aniquilación tanto material como simbólica.

Para cualquier interesado en la cultura norteamericana, con la que la mitología superheroica está profundamente enraizada, la película de Nolan es imperdible (además que, cinematográficamente, es una obra coherente, compleja y sólida), y ha recibido en general una buena recepción (además de ganar paladas de plata). Pero me llamaron la atención algunas cosas que pudieron leerse en ciertas críticas, como la asimilación absoluta Joker/Al-Qaeda. Es innegable y evidente que The Dark Knight es una película post Nine-Eleven, que refleja el golpe sufrido por la imagen que los norteamericanos tienen de sí mismos, de su cultura y de sus mitos fundacionales. Pero igualar al personaje encarnado por el finado Heath Ledger con el terrorismo islámico es de una estupidez notable. El Joker es en la película, que duda cabe, un terrorista (el teror es su arma y un fin e sí mismo); pero nada más alejado del nihilismo supremo y absoluto que lo anima del idealismo ciego del fundamentalismo islámico. El Joker no busca nada, no quiere nada, más que destruir las certezas de los otros. La única certeza que lo mueve es la falsedad de las certezas de los otros. Todos es falso y esa falsedad debe ser mostrada. Toda construcción (de la propia identidad, de las instituciones, de la solidez de los edificios que las albergan) es falsa, fallida, y por lo tanto falible y fácilmente destructible. Si se parece a alguna imagen de terrorista histórico es más bien al terrorismo nihilista de los anarquistas de fines del siglo XIX; de hecho, la figura cinematográfica a la que tal vez más se parezca este Joker es al personaje interpretado con notable regocijo por Robin Williams en la adaptación de la novela de Joseph Conrad The Secret Agent.

El Joker es el otro absoluto, aquello que no puede entenderse, difícil de combatir porque es ajeno a las motivaciones de la mayoría; un enemigo mortal, porque entiende a la perfección a sus adversarios, y así descubre que es lo que debe hacer para quebrarlos. En el caso de Batman, eso implica intentar hacerlo violar su único tabú: el asesinato. El héroe, en un giro crístico muy particular adaptado a la particular teología secular estadounidense, sacrifica lo más importante: no su vida, sino su reputación, la imagen que los otros tienen de él. Pero, ¿es realmente eso lo más importante? No: él sabe que no es un asesino, y eso es lo único que importa; en un mundo que eleva la individualidad a principio motor, la propia imagen es la imagen verdadera, al menos en el caso de seres auténticamente únicos como esos héroes de la singularidad y lo individual, los superhéroes.

Buen visionado. Suyísimo,

CC

PS: Soy esclavo de la imaaaaaagen. El dibujo del principio lo conseguí aquí http://www.law.duke.edu/cspd/comics/zoomcomic.html luego de poner "public domain"-comic book-images en el omnipresente Google.

3 comentarios:

Horacio Gris dijo...

Interesante post.
Es imposible pensar a la cultura de Estados Unidos y/o su "identidad" sin referirse a los superhéroes. Creo que los héroes de los años 50 (de DC, principalmente) forman el "mito" del self made man...y lo forman retrospectivamente: basta meterse un poco en el mundillo actual de los comics para encontrar las referencias a ese "pasado mítico". Por ejemplo, uno mira Justice League The New Frontier y lo explícito del asunto da, incluso, un poco de asquito.
Tengo algunos apuntes escritos al respecto, ahora me dieron ganas de revisarlos.

saludos!

Comandante Cansado dijo...

Hola, Horacio. Sí, ya Eco en Apocalípticos e integrados hablaba del tiempo en que sucedían las aventuras de Superman (las de la década del '50) como tiempo mítico, por esa cosa de presente congelado. En un vieeeeeeeejo trabajo que presenté en un simposio de estudios clásicos (todos tenemos varias vidas) yo hablaba de cierta "novelización" de los superhéroes, sobre todo a partir de mediados de los '80, entendiendo esto como un proceso de humanización del personaje, que desciende de la inmutabilidad del mito.

Saludos,

CC

Eduardo. dijo...

Algo al margen Comandante, la imagen de apertura es un comic que se llama: "Prisionera de la Ley" y lo que trata de contar son todas las trabas legales que tendría un cineasta que quisiera filmar un documental en Nueva York.

Está hecha a partir de casos reales en los que se reclamó por el uso de copyright ante determinadas imágenes o música.

Por ejemplo : El director entra en un bar y filma un cartel de Coca Cola, pueden solicitarle que pague por uso de la marca....O está caminando y aparece un cartel de publicidad, o se escucha una determinada música..

Es muy interesante el comic, lamentablemente no está en español.

Acá dejamos algunas traducciones de la introducción, el epílogo y el prefacio.

Nos trabamos con los globitos...Si alguien quiere ayudar.

Es una muy buena idea sobre los conflictos de la extensión y la omnipresencia del copyright en todos lados...

Saludos.

Eduardo.