Poema 93 (de Firmamento y olas, 2008).
Un poema es ficción,
una pulsación que se anula a sí misma:
soy el verso.
Soy su renacimiento, su fuego
y su memoria, su ceniza y esparto:
la poética de lo oscuro y su relámpago.
Un mar sin fin, soy
muerte sin fin, mano desasida,
la altura de la Ciudad Sacra, poema tutelar
del poeta que volvió a su luz,
a su habla, a su arquitectura,
al inca que la hizo, que lloró y murió en ella.
Soy verso que acaricia,
mano que restalla, galope y vibraciones.
Labio que liba, amamanta y puebla, soy.
Soy el verso.
Soy el verbo.
El reverso y su arcano,
las iluminaciones,
el finito y su infinito,
el todo y la nada,
vida sin sueño.
Tal vez un imaginario del otro,
de lo otro, de los que ya pasaron,
somos:
un palpitar de la ola, del tiempo y su cirio,
firmamento y boyas.
Soy el verbo,
su redención, su placer y su oculto
en el oleaje y su pan.
Letra que nutre, montaña
nevada, légamo creador;
aire, agua, fuego, ojos y piel, soy.
La tierra y su parir en lo sacro del estallido:
semilla, galaxia, leche, cuerda en expansión.
Niño que lee en esa fuente, soy:
El verbo, su alfil y arpa, su eclosión.
El verso es la voz de la partida,
el regreso al primer habla:
firmamento y olas el verbo y su albur.
Soy el habla,
Su sangre, el amor y la congoja:
un poema y su acción, su flecha
y su ardor, el tajo que pare y la vasija,
el vino y el pañuelo del adiós.
Soy el verso,
su imán, su coro, su inminente.
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