Toda lengua (
glossa en griego) implica una historia, una visión del mundo y una forma específica de comunicar esta visión. Así, no es de extrañar que diversos escritores hayan escrito en más de una lengua. Lo hizo
Beckett, que cuando dejó su lengua materna para escribir en francés lo hizo para empobrecer o desnudar voluntariamente su escritura, sometiéndola a los rigores de un idioma que le era extranjero. Lo hizo
Gelman cuando, el tiempo de un
libro, adoptó el
ladino vinculándose con una de las facetas de la identidad judía. Y lo hizo
Moís Benarroch (Tetuán, Marruecos, 1959; en Israel desde 1972), no una sino dos veces, en un notable
itinerario que no comenzó ni en español, su lengua materna, ni en hebreo, la lengua principal del país al que emigró con su familia a los trece años, sino en inglés. Lengua neutral con respecto a su propia historia pero también (dixit) lengua del imperio.