La
voz poética de David Wapner (Buenos Aires, 1958; en Israel desde 1998) es la voz de un testigo que acepta con
filosofía aquello que ve. Una voz amable pero no neutra, que no
tiene ningún problema en fijar posición pero no por eso deja de
tomar distancia de sí misma. Una voz que necesita exteriorizar sus
preguntas para comprenderlas, como la versión literaria del
mecanismo de digestión de una vaca. Es una voz que crea, que hace
cosas de las palabras y de las palabras cosas, en un continuum que no
se detiene. Una voz en la que el extrañamiento hace a las cosas
raras y al mismo tiempo te da ganas de invitarlas a hablar. Una voz
de un yo que vive en un mundo de cosas que son y no son y que está
bien que así sea. Es una voz que, al escucharla, deja claro que se divierte consigo misma, como un perro feliz que se muerde la cola. Una voz (escritura) que puede ser autorreferente con la misma distancia con la que describe cualquier otro objeto. Una voz que dan ganas de oír.
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