jueves, 13 de enero de 2022

Apuntes para una renovación de la métrica: ¿Arte mínimo?

 En la entrada teórica anterior hemos estado hablando sobre la diferencia entre arte mayor y arte menor. Hemos dicho que de haber una diferencia entre ambas esta ha de tomarse en términos estrictamente formales y no de otro tipo. Pero ahora os lanzo una pregunta: ¿hay una diferencia mayor entre un eneasílabo y un octosílabo? ¿o entre un tetrasílabo y un octosílabo?  Lógicamente, pensareis, hay una mayor diferencia entre el tetrasílabo y el octosílabo por una cuestión de mera longitud del verso, pero más allá de esta evidente observación, la realidad es que los mecanismos de versificación cambian radicalmente cuando bajamos de las seis sílabas métricas. 



La tradición (a la que conviene mirar con una mezcla de interés y escepticismo) parece corroborar este hecho, ya que las formas pentasilábicas por sí mismas y sin mezclar con otras no aparecen hasta entrada la modernidad con la consecuente búsqueda de originalidad y de nuevas fórmulas. El hexasílabo por su parte es muy común en romancillos y formas de arte menor, incluso en la literatura popular y parece, de hecho formar la frontera de lo razonable durante aquellos tiempos.

En este cambio tan intenso en la manera de versificar es donde podría situarse la diferencia entre verso de arte menor y verso de arte mínimo. Pero si usamos un nuevo término para hablar de esta clasificación ¿qué características tendría esta nueva forma o "arte" de versificación?

Curiosamente es un tipo de verso bastante minimalista en el sentido mas naíf del término, es decir, la longitud silábica te obliga a desprenderte de todo aquello que no sea estrictamente esencial es un su desempeño expresivo. Esto se da con mayor intensidad cuando más se acorta el verso y especialmente en el bisílibao y el trisílabo. En muchos casos la longitud nos impide incluso introducir los sustantivos con artículo. El uso de esta forma de versificar es bastante moderno. Espronceda, por ejemplo nos sorprendió en El Estudiante de Salamanca con estos versos que abren en trisílabo  y resuelven en cuatro, algo increíblemente revolucionario para su época y que ha pasado relativamente desapercibido.

 
       El ruido      
       cesó,

       un hombre
       pasó
       embozado,
       y el sombrero
       recatado 
       a los ojos
       se caló.
       Se desliza
       y atraviesa
       junto al muro 
       de una iglesia
       y en la sombra
       se perdió.



La batería de recursos métricos del modernismo y su afán regeneracionista hace evidente que serían estos escritores algunos de los más prolíficos continuadores de esta línea de producción, y los ejemplos no son pocos, pero seguramente el trisílabo más conocido de la lengua española es el sonetillo de Manuel Machado dedicado al verano. En mi opinión muy justificadamente ya que cumple su función como ningún otro, que es, decir lo que se quiere de forma precisa y completa usando un número de palabras tan reducido como la longitud del verso lo dicte: 


Frutales
cargados.
Dorados
trigales...

Cristales
ahumados.
Quemados
jarales...

Umbría
sequía,
solano...

Paleta
completa:
verano.


El trisílabo podemos encontrarlo incluso hoy en día en el mundo del rap, por la contundencia que produce la pausa versal casi contante, como podemos ver en este ejemplo de Prok.

La quiero 
la mama, 
el barrio 
me llama
Y tengo 
mil gana', 
no quiero esta' en la cama (no)
Mi Inma, 
mi Ayax, 
el Rafa, 
Granada
No va a pasarle' nada

La cama, 
el karma, 
problema' 
del alma
Lo grabo esta semana
Mi pena 
no sana, 
mi gata 
Roxana
La cena 
ganarla,
[...]



El bisílabo por su parte ofrece una recepción y una producción mucho más compleja que el resto, más incluso que el trisílabo. Mientras en tres silabas métricas puedes permitirte introducir algún pronombre, en el bisílabo no va a ser así. 
La introducción de un pronombre implicaría que: si la palabra siguiente es monosílaba esta estaría forzosamente con un acento tónico y por lo tanto un acento métrico más (ej. el sol / la mar), mientras que si añadimos un bisílabo lógicamente nos vamos a pasar en número. Esto crea una serie de circunstancias que hacen que en muchos casos el verso bisílabo sea una mera sucesión de palabras que más o menos riman entre sí pero que no dejan de ser frases cortadas con poca flexibilidad en su dicción.

Uno de los ejemplos más claros durante aquellos años lo escribió Gertrudis Gómez de Avellaneda nada menos que en 1844 y que, no solo empieza en arte mínimo sino que va aumentando la longitud de los versos simulando formalmente el amanecer.

Noche
triste
viste
ya
aire,
cielo,
suelo,
mar. 


Más modernamente, el versátil José Hierro escribió un sonetillo en bisílabo, algo menos orgánico que los bisílabos de Gertrudis. Es menos orgánico porque él sí utiliza pronombres para crear el bisílabo, lo que hace del poema un larguísimo encabalgamiento con cortes constantes:

Di
 fe 
de 
 que
 fui
No
  
hoy 
lo 
que
 soy

Del tetrasílabo no hablaremos porque en esencia no es tan radicalmente diferente de el resto de modos de versificación como para elaborar un apartado teórico, aunque se podría resumir en los mismo: decirlo todo con muy poco, esa sería la esencia del "arte mínimo" si así lo podemos llamar

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