En nuestro quijotesco y anacrónico proyecto de recuperación de formas en desuso estamos de enhorabuena, tenemos nuevas aportaciones, buenas y cuantiosas, además de una nueva hornada de participantes que seguramente nos den buenas y gratas sorpresas.
La forma propuesta ha sido el zéjel del cual ya hicimos una entrada explicándolo, mientras que el tema o consigna ha sido: que los poemas contuvieran la palabra oriente, o bien que fueran en sí, textos orientalistas.
Empezaremos con el ejemplo de un servidor, Raúl Lozano. Está construido según el esquema propio del género, distribuido en tres estrofas narra el viaje del sol desde oriente en su amanecer, pasando por el mediodía en la segunda estrofa hasta el ocaso en la tercera. Por el contenido y la vuelta a la mudanza antes de cerrar el poema se sobreentiende que es un poema cíclico y se podría volver al primer verso para seguir leyéndolo (cada estrella representa /que un reloj de arena cuenta / el retorno de lo ausente) Formalmente se trata de un poema correcto, pero sin grandes efectos o variaciones respecto al originar, no obstante, ha cumplido su labor de ejemplificar lo que es un zéjel clásico.
Hacia oriente
Giro vida, mente y frente
Donde el sol nace y adora
Con su cara soñadora
Luz a luz en hora y hora
Como yema floreciente.
Hacia oriente
Giro vida, mente y frente
Cuando el fuego le rocía
Bajo el seco mediodía
Como látigo que guía
Al igual y al diferente.
Hacia oriente
Giro vida, mente y frente
En la noche parda y lenta
Cada estrella representa
Que un reloj de arena cuenta
El retorno de lo ausente.
Hacia oriente
Giro vida, mente y frente
Esta es la aportación de Víctor Atikof. Ha explorado una faceta más corta dentro del zéjel como composición, algo que sin duda le da mucha más ligereza y es muy necesario para darle vida y variedad a esta forma. El tetrasílabo inicial se convierte en bisílabo y los octosílabos se vuelven hexasílabos. Este tipo de alteraciones siempre quedan bien, de manera análoga a lo que ocurre con el romance y el romancillo, como forma más ligera de un mismo proceso que conserva la esencia de su hermana mayor.
Pero lo más interesante sin duda es la alternancia entre versos de seis y cinco sílabas para las partes que corresponderían a la mudanza. Esto hace que el ritmo sea más ligero y flexible. Coquetea con el verso libre, pero al leerlo se hace evidente que en ningún momento ha dejado de ser un zéjel.
Y en cuanto a la consigna, el poema trata un tema orientalista como lo es la imagen de Buda con referencias al Arbol de Bodhi (al árbol medita), a la deidad tentadora según el budismo (Mara), y por último a su ascensión y experiencia de iluminación (visión desnuda)
Buda
ante la duda
Al árbol medita
Mara lo incita
respira y evita
la tentación muda
Buda
ante la duda
Su luz le levita
Y vence bendita
Ya nada le quita
visión desnuda
Buda
ante la duda
El siguiente poema es una aportación de Marco Antonio. Formalmente es una zéjel clásico formulado a la perfección según el conocido modelo de Lope de Vega que pusimos como ejemplo. Esta fórmula está enriquecida con recursos literarios diseminados por el poema: vemos algunos casos de homonimia muy interesantes (oriente como verbo en presente de tercera persona del verbo orientar y oriente como punto cardinal) Tenemos por ejemplo una epanadiplosis que además puede leerse de forma capicúa (Tales son porque son tales). Se incluye un refrán que, para sorpresa de todos, cuadra perfectamente con la forma métrica seguida (No hay mal que por bien no venga) y con el sentido mismo del texto. Las antítesis son casi constantes como oposición de términos que resulta de los puntos cardinales y la contrariación de la condición humana. Lo más interesante de este poema es sin duda el mensaje que transmite: las oposiciones espaciales del mundo físico y geográfico son una representación de las contrariedades del sujeto, pero ambas deben aceptarse como parte de un proceso si se quiere reconocer y aceptar la naturaleza interna y externa que nos conforma y conforma al mundo. Cabe comentar que, curiosamente no cierra con una vuelta al estribillo.
Sur, y oriente,
y septentrión, y occidente...
Tales son, porque son tales,
cuatro puntos cardinales,
los que ubican nuestros males
de costado, espalda y frente.
Sur, y oriente,
y septentrión, y occidente...
Mas, según quién lo perciba,
y según se oriente y viva,
se torna la expectativa,
de un ángulo, diferente.
Sur, y oriente,
y septentrión, y occidente...
Y así, como si un resorte,
parece que se comporte
el sur como lo hace el norte
y oriente como occidente.
Sur, y oriente,
y septentrión, y occidente...
Y de la misma manera,
los males que concibiera,
al invertirse, los viera,
como bienes de repente.
Sur, y oriente,
y septentrión, y occidente...
De la diatriba a la arenga,
no hay mal que por bien no venga
ni vertiente que no tenga
un sentido divergente.
Sur u oriente,
ya según cómo se oriente...
Al margen de todo mal,
todo bien es, al final,
como un punto cardinal,
como un punto inconcluyente...
La siguiente aportación es cortesía de Gines Solaeche. Lo más característico es que en el estribillo se altera el tipo de verso, es decir, el tetrasílabo es siempre el mismo mientras que el octosílabo va cambiando a partir de la tercera estrofa. Este recurso seguramente se ha utilizado para darle más variedad al poema y hacerlo menos repetitivo Este poema utiliza una vez más en modelo de Lope de Vega, siempre con consonancias. Lo más reseñable es cómo ha mantenido la intensidad textual a lo largo de tantos versos creando hermosas imágenes donde se relaciona el amor carnal como impulso vital con el sol naciente (oriente), que es además el que trae, tanto las lluvias como el sol en la costa mediterránea española. Este mecanismo de la erotización del sol se va desvelando hacia el final del poema (aunque pronto alces tu cante / por el rincón del levante /con tu aureo más pujante). El poema cierra con un verso decasílabo que encaja perfectamente en el cierre como variación de la forma parisílaba.
Desde oriente
se oye la danza estridente
que en tu boca brilla inmensa
y el aire en tu voz se tensa
cuando se expande y condensa
en mi corazón caliente.
Desde oriente
se oye la danza estridente
como música en la arena
melodía de azucena
que gira en el cielo y suena
al caer sobre mi frente.
Desde oriente
hasta el mar en occidente
un arrollo de oro lleva
el silvo de alma longeva
que de tus labios se eleva
y en tus labios es corriente.
Desde oriente
nace sin luna el torrente
como flor de primavera
riachuelo hecho de quimera
y que anega al que bebiera
con su cuerpo transparente.
Desde oriente
hay una brisa que es relente
un viento que cuando vuela
roza a la alondra que anhela
— sobre las nubes de tela —
probar tu luz más ardiente.
Desde oriente
para morir en poniente
aunque pronto alces tu cante
por el rincón del levante
con tu áureo más pujante
y tu vientre incandescente.
Desde oriente
hasta los confines de occidente.
Cerramos esta sección con la aportación de Aragón Mafra. En este caso se trata de un zéjel de rima asonante. El uso de este tipo de rima ha dado lugar dentro del poema a un espacio más amplio y libre para la elaboración de imágenes complejas y bellas. El estribillo, sin ir más lejos, resulta intenso y contundente (La raigambre/por los ecos de mi sangre). Resulta remarcable cómo el tema del orientalismo supone el origen en oriente mismo, España como punto medio donde esta forma es adaptada desde el mundo árabe, y América donde la mezcla cultural termina de forjarse a través del autor que crea el poema. En este sentido el contenido es metapoético, en tanto que el tema tratado es a su vez la historia del propio zéjel, algo que, sin duda es un valor añadido.
La raigambre
por los ecos de mi sangre,
desde los viejos veneros
cruza mares y desiertos;
ha inundado mis esteros
y coloreado mi hambre.
La raigambre
por los ecos de mi sangre,
desde el ud, su melodía,
la guitarra y su armonía
con jaranas componía
de mis sones el enjambre.
La raigambre
por los ecos de mi sangre,
desde el Asia ha germinado,
en el África ritmado
y en España ha elevado
para América su cante.
La raigambre
por los ecos de mi sangre,
las conquistas son la sombra
de una luz que nos arroba,
pues escritos en la obra,
somos en la misma clave.
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