José Kozer (La Habana, 1940). En Estados Unidos desde 1960. |
José Kozer, entonces:
El poema (que es el mundo) reducido a voces. O al fantasma, el esqueleto, la idea de esas voces. En versos cortos, arbitrarios (como unidad de sentido) por su regularidad, que imponen un ritmo y al mismo tiempo nos imponen también la evidencia de su artificio. Poemas que nos gritan "¡soy un poema!" tantas veces que se nos hace arrullo y terminamos por olvidarlo.
Un yo que se define por un no estar (que no es, en castellano, un no ser, como en inglés o en francés), por allí donde no está, por el lugar que ha dejado. El brillo por la ausencia de la definición por la negativa. Un presente que es un no pasado. Un pasado claro pero hecho de imágenes fijas, vivas en el zoológico del recuerdo. Un presente difuso, confuso tal vez, pero vivo por su carácter definitorio (si algo lo es) de cambiante.
Un poema que es mundo, un mundo que es poema y por eso sin tiempo, sometido a la magia de que la palabra sea cosa y la cosa palabra. El maquillarse de un esqueleto, condenado a ser siempre lo que era por el amor del que recuerda. Y un culto burlón de las palabras, que las convierte a propósito en lo que sea de tanto respetarlas. Y peleas contra lo virtual desde lo virtual ("El enemigo/ de la biblioteca universal se llama/ Facebook. Libros y no pantallas"), en un gesto de "no dejo de decir lo que quiero y me cargo del eventual absurdo, porque soy mis palabras".
Podría seguir así largo tiempo porque José Kozer es un autor reconocido. ¿Que quiere decir esto? Quiere decir que de los autores reconocidos se pueden decir muchas cosas. Y son reconocidos porque son reconocibles. Todo poeta reconocido (por el grupo que sea: la crítica, los lectores especializados y/o -si cabe- el gran público) lo es porque su poesía tiene una identidad propia y constate aun en su variedad. Tiene cara. Por eso podría seguir. Pero ya le presenté a los poemas de José Kozer. Ahora conózcalos.
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